La luciérnaga
En la oscuridad del patio de vecinos habita una luciérnaga. Una especie extraña, que no ha sido descrita todavía por los hipermétropes biólogos, ocupados en buscar vida salvaje más allá de las fronteras de los países occidentales, y que tiene el cuerpo recubierto a partes iguales de luz y de silencio. Pero yo la he visto; llevo años estudiando su brillo de noche, cuando el resto de los seres vivos dejan de reflejar la luz del sol y su respiración entra en el umbral del bajo consumo. La de ella no, la de ella permanece encendida, la respiración, la habitación y el cuerpo entero. Es la envidia de los contrastes radiológicos, tan necesitados de las máquinas para brillar, y de todas esas lámparas de IKEA que viven enganchadas a su diálisis continua de 125/220. Es la envidia también de las vecinas del bloque, que, sin saber de su potencia lumínica, piensan que su familia tiene un televisor de setecientos millones de puntos de color por cada pulgada. No se equivocan mucho en el d...